Si la memoria no me falla, puedo asegurar que fue casi a finales de 1979 el año en que el genio de Roberto Gómez Bolaños irrumpió en la pantalla boliviana para pintarnos una sonrisa y nunca más dejarnos sin la ternura del Chavo y las andanzas del Chapulín Colorado. Con un retraso de casi una década, pues los primeros capítulos ya habían sido difundidos en su país de origen, México, con un éxito sin precedentes en la historia de la televisión mexicana y, por lógica consecuencia, en toda América Latina y una importante parcela del planeta.
Roberto Gómez Bolaños, “Chespirito”, fue sin duda uno de los comediantes más emblemáticos de la televisión de habla hispana, además de genial escritor; poeta sensible en sus horas de reflexión; compositor de canciones infantiles con un alto contenido social; muy apreciado en la Asociación de Escritores de México, de la que fue miembro activo hasta los noventa; apasionado lector (estudioso y crítico objetivo de la historia de su país). Y, sobre todo, un hombre dotado de una gran sensibilidad, creatividad y carisma indiscutibles. Pero no vaya a creer el amable lector que, habiendo sido Chespirito guionista, productor y actor –es decir un artista polifacético y a tiempo completo- , fue lo más relevante en su amplísima hoja de vida. Pues no: el joven ingeniero que nunca pudo honrar su título académico, pues él mismo lo confesó alguna vez asegurando que esto nunca debió ser lo suyo, en aquella primera etapa de su vida se hizo jugador de fútbol y boxeador amateur.
Casado en primeras nupcias con Graciela Fernández, con quien llegó a procrear media docena de hijos, que extendieron la prole dándole doce nietos y algunos bisnietos, se emparejó finalmente con Florinda Meza, quien sin embargo no pudo ser madre pese a contar con apenas 22 años, pues, poco antes de iniciar su relación amorosa con el cuarentón actor, éste había tomado la fría decisión de hacerse la vasectomía.
Para la gente especializada en el rubro del entretenimiento audiovisual de su natal México, el recientemente fallecido actor es comparable ni más ni menos que con el más grande ícono del cine mexicano como fue el inolvidable Mario Moreno, Cantinflas. A quien, en una masiva y póstuma despedida, similar al de su predecesor –aunque, en este caso y como se sabe, el velatorio de Gómez Bolaños tuvo que ser en el monumental Estadio Azteca-, una impresionante multitud de miles de personas fue a rendirle el homenaje póstumo a su ídolo; primero al auditorio de la Asociación Nacional de Actores (ANDA) y, por la noche, hasta el histórico Palacio de las Bellas Artes, en aquel 20 de abril de 1993.
Si a todo este cúmulo de experiencias le agregamos que, con su compañía teatral y posterior elenco televisivo de actores conocidísimos de los años setenta había comenzado a recorrer gran parte de países de la región, los EE.UU. y, posteriormente, Europa, debemos coincidir que la vida y obra del genial Chespirito resultó siendo más fascinante y espectacular aún que la creación de todos esos argumentos divertidos y sus personajes variopintos que, inclusive, supera toda ficción.
Es así que su libro autobiográfico, publicado por Aguilar Editores en 2006, con más de 400 páginas y enriquecido visualmente con increíbles fotografías, en cuyo rótulo se lee: “Sin querer queriendo”, resulta siendo un apasionante testimonio de los vericuetos de este artista que supo conquistar el mundo del espectáculo y del entretenimiento sano, seduciendo a públicos de distintas generaciones, de diferentes razas e idiomas –bastará decir que su aportes televisivo y cinematográfico han sido traducidos a más de una veintena de idiomas y siguen todavía vigentes- en lugares tan distantes y disímiles como, por ejemplo, Turquía.
En realidad, su salto al mundo del espectáculo se produce de manera casual y siendo él muy joven. Roberto se encontraba desempleado y con dos bocas que mantener en su incipiente familia. Cuenta el actor que de inmediato se puso a buscar las distintas ofertas laborales en los avisos clasificados de la prensa escrita, hasta lograr finalmente un puesto de trabajo como aprendiz de productor de radio y televisión, además de escritor de libretos y guiones al mismo tiempo. Este su primer empleo, de carácter formal, cambiaría el rumbo de su vida, pues no sólo le tendió el puente para desarrollar su increíble talento, sino también estaba el hecho de codearse con importantes personalidades del mundo comunicacional, es decir radial y televisivo; pero también con la nata misma del espectro cinematográfico mexicano de aquella época. Por ejemplo: el maestro Agustín Lara; el afamado bolerista Pedro Vargas; el galán Mauricio Garcés; los conocidos comediantes Viruta y Capulina (a quienes terminaría encumbrándoles a la fama internacional gracias a sus textos, primero radiales, teatrales y luego cinematográficos). Y, algo de lo que muy pocos se han debido enterar: la famosísima pareja de luchadores, El Santo y Blue Demon, con quienes, posteriormente, realizaría algunas giras por países tanto de Centro como de Sud América, como parte de un espectáculo de variedades. Aunque, según cuenta el mismo Roberto, su logro más relevante fue el hecho de haber podido unir por primera vez, nada más y nada menos que a dos astros del momento: el cantante Javier Solíz y el cómico Tin Tan, con un argumento cinematográfico de su creación que le dio sus primeras buenas ganancias.
Su habilidad para redactar campañas publicitarias y un sinfín de jingles comerciales en una de las principales agencias de publicidad de la capital mexicana, le dieron también el importante oficio de publicista. Tiempo después, vendría su filme El Chanfle, con verdaderos récords de asistencia; aunque, poco antes, nuestro recordado Chespirito ya había participado en algunas películas desempeñando papeles secundarios.
Pero no todo fueron mieles en este su caminar por el mundo del espectáculo. Una obra escrita y protagonizada por Florinda Meza, y dirigida por el mismo Roberto Gómez, Milagro y Magia –considerada por el actor como la primera telenovela musical en México-, terminó siendo un verdadero fiasco, pues nunca lograron posicionarla entre los primeros lugares de preferencia del público, mucho menos lograr algún rédito.
Aquel tropiezo quedaría en la anécdota, pues luego vendría lo que todos sabemos: múltiples reconocimientos, tanto en su país como en otras latitudes de este nuestro planeta que ahora llora su irremediable partida. Se nos fue, es una triste noticia, tal vez fue sin querer queriendo.
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