El gigantesco éxito de The Walking Dead, basado en el cómic de Robert Kirkman, convirtió al creador de esa historia en una especie de niño mimado en la industria de la televisión. De la noche a la mañana, todos parecían atentos a sus nuevas ideas, sabiendo que cualquier historia de ese guionista bien podría convertirse en otro hit como el de la saga zombie. De esa forma nació Outcast, una historia de terror con la que Kirkman podría lograr dar a luz a una nueva serie de culto.
El protagonista de Outcast es Kyle Barnes (Patrick Fugit), un joven que desde niño debió convivir con todo tipo de posesiones infernales ancladas en el núcleo de su familia. Dado que su cotidianidad estuvo (y está) siempre vinculada a los exorcismos, decide formar equipo con un sacerdote llamado Anderson (Philip Glenister), que a su vez también guarda más de un fantasma en su haber. Así, el muchacho y su religioso compañero inician un viaje en el que Kyle intentará resolver el acertijo que se encuentra detrás de todos los demonios que lo persiguen y, además, buscará descubrir en ese peregrinaje qué se esconde detrás de su propia naturaleza y su don para lidiar con lo sobrenatural. Lo que ambos encuentren a lo largo de esa aventura tendrá repercusiones enormes que amenazarán con cambiar (o eliminar) para siempre la existencia de la vida tal cual se la conoce.
Lejos del terror sangriento al que The Walking Dead tiene acostumbrado a sus fans, Outcast es una serie que irá a contracorriente, ya que el objetivo planteado por Kirkman es el de construir una ficción con un marcado clima de pesadilla.
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