E l domingo 11 de agosto, comenzó la última temporada del terrible universo de Walt. De todas las series de televisión de los últimos años, la favorita de muchos es Breaking Bad. Así lo confirma su ahora cinco nominaciones para el Emmy, incluidas mejor actor y mejor serie. Para los pocos que la desconocen va una breve (e inofensiva) síntesis. La serie, concebida y producida por un genio llamado Vince Gilligan, cuenta la historia de Wálter White, un maestro de química de preparatoria atrapado en la mediocridad y rebasado por las presiones de una vida llena de arrepentimiento (dejó ir prestigio y fortuna al renunciar a una empresa millonaria) y presiones inmediatas (está enfermo de cáncer pero no cuenta con los medios para cubrir su tratamiento). Enfrentado con la posibilidad de su propia muerte, y ante el inminente nacimiento de una hija, Wálter decide intentar lo impensable: aplica sus conocimientos de químico eminente en la producción de metanfetaminas. El resultado es tan perversamente adictivo que Wálter no tarda en encontrarse con una carretada de dinero y poder. Lo que sigue es la crónica de un descenso irremediable al infierno: un retrato feroz de la erosión moral.
Fascinación. Lo que hace extraordinaria a Breaking Bad es el compromiso de Gilligan y su equipo de escritores y actores con la representación implacable del deterioro de Wálter White. Al principio de la serie es imposible no desearle el bien al maestro de química. Después de todo, sus motivos parecen si no moralmente justificables sí humanamente comprensibles: la muerte lo acecha y no ha dejado nada a sus hijos; busca su propia sanación y la seguridad financiera de los suyos. Es, en suma, un padre desesperado. Para su desgracia —y la de nosotros, los espectadores, que hemos aprendido a quererlo—, la vorágine criminal no tarda en envolver al personaje. Muy pronto, el Dr. Jekyll, que es Wálter White, da paso a un álter ego: el narcotraficante Heisenberg, un Mr. Hyde perfecto. Y lo que comienza siendo un maestro de química abatido se convierte en un capo de sangre fría de verdad aterrador. Lo notable es que nada de esto sabe a ficción. La degradación de este buen hombre a lo largo de los años es dolorosamente verosímil.
La historia de los premios. Justo ahora se transmiten los últimos ocho capítulos de la serie. Vince Gilligan ha dicho que no pretende concederle a su antihéroe ninguna redención. Los fanáticos de Breaking Bad sabemos que la serie se dirige al desfiladero y el destino de White será trágico, en el sentido griego de la palabra. Al negarle una escapatoria a su protagonista, la intención de Gilligan rebasa lo estético. Varias veces ha explicado que el título de la serie no es casualidad: de una u otra manera, la justicia (que no la ley, necesariamente) alcanza al que se pervierte, al que obra mal, al que opta por la vida criminal como falsa salvación. Y la justicia, cuando llega, lo arrasa todo: la familia, los amigos, el patrimonio sucio, el honor, el buen nombre y al hombre mismo. Es una tragedia con intenciones de fábula. Quizá, sin pretenderlo, ha cifrado una moraleja promesa que una vida criminal da una vida mejor.
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